Santiago de Chile, 3 oct (EFE).- En una Cuba en la que el dinero no valía nada, el whisky se convirtió en la moneda de cambió que permitió al entonces encargado de Negocios de la embajada de Chile en La Habana (1970-1971), Jorge Edwards, acopiarse de una colección de arte que incluye obras del afamado René Portocarrero.

Las prebendas diplomáticas le permitían disponer de cerveza y whisky, y Edwards, nacido en Santiago de Chile en 1931, cambiaba estas bebidas por pintura, favoreciendo la "cuadratura del círculo" que habían descubierto los cubanos, merced a la cual bebían y comían "bastante" pese a que el dinero no tenía otro valor que el de ser un mero papel.

"Les pasaba cerveza y whisky y se lo cambiaba por pintura. Tengo a pintores como Portocarrero (La Habana, 1912-1985) porque compré su pintura con whisky", explicó este jueves en una entrevista con Efe el escritor, abogado y diplomático chileno.

"Me parece honrado comprar pintura con whisky", sentenció Edwards, cuya legación en Cuba apenas duró tres meses y medio. Su distanciamiento con el régimen de Fidel Castro fue progresivo y acabó expulsado.

Hoy todavía recuerda que en las casas había colgados cuadros con la foto de Castro "en todas partes" como si del "Sagrado Corazón" se tratara, y que los discursos del mandatario cubano "eran algo de los más aburrido que se podía escuchar en esa época".

"Es una de las cosas más aburridas que ha escuchado en mi vida", abundó.

La experiencia diplomática de Edwards en Cuba quedó plasmada en el libro el libro "Persona non grata" (1973), su obra más recordada y uno de los puntales que le hicieron merecedor en 1999 del Premio Cervantes de Literatura.

Sentado en la biblioteca de la Academia Chilena de la Lengua, donde este jueves recibió un homenaje en conmemoración del vigésimo aniversario de la obtención del más importante galardón literario en lengua española, Edwards afirmó que el premio le supuso un estímulo vital e intelectual.

"Fue un estímulo grande que me ha llevado a muchas partes, me ha hecho conocer más en profundidad el mundo español y la cultura española, me ha hecho leer mejor a Cervantes. El premio yo lo interpreto como un premio a la curiosidad intelectual, a la lectura, al interés", expresó.

El escritor rememoró en tono jocoso cómo la agente literaria española Carmen Balcells (1930-2015), el año en el que fue galardonado, le dijo: "Te pueden dar el premio Cervantes esta vez porque esta vez le toca a un sudaca"; y bromeó también con que "se equivocaría el jurado" al dárselo a él.

Las anécdotas del momento en el que se convirtió en el primer chileno en obtener el Cervantes le llevaron a agradecer el apoyo que recibió del escritor español Francisco Ayala (1906-2009), que durante siete años votó para que Edwards fuese el premiado.

"Fue la primera persona a la que fui a saludar, ¿y sabes lo que hizo?, agarró una botella de whisky y la puso en la mesa, yo salí borrachísimo y él terminó cantando", comentó Edwards, que ha residido gran parte de su vida en España y que ve con añoranza "esas costumbres españolas de amistad literaria, de respeto literario, de cariño real".

"Aquí en Chile somos muy autodestructivos. Yo trato en estos años finales, porque tengo más de 80 ya y no me creo inmortal, de que las costumbres literarias sean más amistosas, más humanas, e incluso tengan una sonrisa y tengan un humor", manifestó.

Se congratuló de haber "vivido gracias a la literatura", pero no "en el sentido material, porque la literatura no da dinero", dijo, sino "en el sentido humano: leer, pensar tutearse con personajes literarios...".

"La vida ha sido interesante, variada, estimulante, divertida. Me he reído mucho en mi vida y yo creo que reirse es muy sano. Ha sido un placer, permanentemente", concluyó.

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